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Hace 17 siglos, el Concilio de Nicea transformó el rumbo doctrinal del cristianismo bajo el Imperio Romano

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Un encuentro histórico en el corazón de Bitinia

El 20 de mayo de 325 se iniciaba en la antigua Nicea, actual Iznik en Turquía, un evento que marcaría profundamente la historia del cristianismo. Este concilio, celebrado hace exactamente 1700 años, sentó las bases para la unificación doctrinal y organizativa de la Iglesia en tiempos del Imperio Romano.

Una convocatoria imperial con origen hispano

El emperador Constantino I fue quien oficialmente convocó al concilio, aunque la iniciativa parece haber surgido del obispo Osio de Córdoba, figura clave en los asuntos religiosos del Imperio. El propósito principal era resolver las divisiones teológicas que amenazaban la estabilidad del Imperio, particularmente la controversia arriana que cuestionaba la naturaleza divina de Cristo.

El arrianismo y la búsqueda de la ortodoxia

La doctrina promovida por Arrio de Alejandría negaba la igualdad esencial entre el Padre y el Hijo, afirmando que Cristo había sido creado por Dios. Esta posición enfrentaba a figuras como Alejandro de Alejandría y su joven diácono Atanasio, quienes defendían la consustancialidad entre ambos. Aunque Constantino aún no estaba bautizado, su simpatía hacia el cristianismo se había fortalecido desde su victoria en el Puente Milvio en 312, donde aseguraba haber recibido una visión divina.

Del Edicto de Milán a la unidad imperial

Antes de este concilio, en 313, Constantino y Licinio habían promulgado el Edicto de Milán, que terminó con las persecuciones contra los cristianos. Pero al consolidar su poder tras vencer a Licinio en 324, el emperador comprendió que la unidad política del Imperio requería también la unificación religiosa. La ubicación de Nicea no fue casual: cerca de su residencia en Nicomedia y con infraestructura imperial disponible.

Colaboración entre poder terrenal y espiritual

Aunque el papa Silvestre I no asistió personalmente, existen indicios de coordinación entre la Santa Sede y el emperador. Osio de Córdoba actuó probablemente como legado papal, mostrando la estrecha relación entre el poder imperial y la autoridad eclesiástica en este proceso de definición doctrinal.

Debates que moldearon la fe

El concilio, que se prolongó desde el 20 de mayo hasta al menos el 19 de junio de 325, se centró en resolver la controversia arriana. Los debates teológicos culminaron con la elaboración del Credo Niceno, que definía a Cristo como “de la misma sustancia del Padre”. Este texto, que sería ampliado posteriormente, sentaba las bases de la ortodoxia trinitaria.

“Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, esto es, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre (homoousion to patri), por quien todo fue hecho…”

Unificación litúrgica y organizativa

Además del aspecto doctrinal, el concilio estableció criterios para la celebración de la Pascua, fijándola como el primer domingo después del primer plenilunio de primavera. También se promulgaron 20 cánones que ordenaban la organización eclesiástica, reconociendo la jerarquía de Roma, Alejandría y Antioquía, y resolviendo conflictos como el cisma meleciano en Egipto.

Condena y resistencia

Arrio y sus seguidores fueron condenados, sus escritos ordenados a ser quemados, y quienes rechazaron el Credo Niceno exiliados por Constantino. Sin embargo, estas medidas no extinguieron el arrianismo, que continuaría influyendo en diversas regiones del Imperio.

El primer concilio ecuménico

El término “ecuménico” se aplicó por primera vez a este evento, reflejando su alcance universal. A diferencia de sínodos anteriores, este concilio reunió a obispos de todo el Imperio y más allá, estableciendo un precedente para futuros encuentros doctrinales. Se estima que entre 300 y 318 obispos asistieron, liderados por figuras como Alejandro de Alejandría, Atanasio y Eusebio de Nicomedia.

Consecuencias duraderas

El Concilio de Nicea no solo definió la doctrina cristiana, sino que estableció un modelo de relación entre Iglesia y Estado que perduraría siglos. La centralización de la autoridad eclesiástica y la definición de la ortodoxia impulsaron la consolidación de una Iglesia unificada. Aunque las controversias teológicas continuarían, el Credo Niceno se convirtió en símbolo compartido por múltiples tradiciones cristianas.

Un legado de unidad y debate

A 1700 años de distancia, Nicea sigue siendo un punto de referencia para el diálogo ecuménico entre iglesias cristianas. A pesar de divisiones posteriores, como la controversia del Filioque, el espíritu de búsqueda de unidad promovido en aquel encuentro continúa inspirando esfuerzos por la comunión entre las diferentes confesiones cristianas, reconociendo diferencias pero también resaltando raíces comunes.

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