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La ética periodística en la narración de historias de violencia

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El periodismo comprometido con la dignidad

Las historias de mujeres que han enfrentado situaciones de violencia no deben convertirse en materia de espectáculo mediático, sino en espacios donde prime la responsabilidad ética y el enfoque político. Quienes comparten sus vivencias de dolor exigen de la sociedad una actitud de respeto y cuidado hacia su dignidad, ya que el periodismo debe convertirse en una herramienta que empodere a las víctimas y no en un mecanismo que reproduzca violencia.

El poder del testimonio femenino

Las voces de las mujeres afectadas no son solo noticias o acusaciones, sino manifestaciones de resistencia que desafían estructuras sociales que han ignorado históricamente su sufrimiento. El periodismo feminista reconoce que cada testimonio representa un rompimiento del silencio impuesto por sistemas que han minimizado la violencia de género.

La revictimización como práctica periodística peligrosa

“Volver a exponer a una mujer a la mirada pública sin respetar sus tiempos, su privacidad o su consentimiento no es informar: es violentar otra vez”, asegura la autora. Cuando los medios divulgan detalles sensibles sin el consentimiento de las involucradas o dan espacio a opiniones ajenas al caso, terminan reproduciendo las dinámicas de poder que supuestamente buscan combatir.

La imparcialidad ética en la información

“El periodismo ético no puede ser neutral frente a la injusticia”, enfatiza la columna. La responsabilidad informativa implica seleccionar cuidadosamente el lenguaje utilizado, evitando juicios implícitos y reconociendo que cada noticia representa la historia de una persona real. Los medios tienen la obligación de posicionarse como aliados en la lucha contra la violencia y no como cómplices de su perpetuación.

El lenguaje sexista en la comunicación

Las narrativas periodísticas que buscan explicar la violencia desde el comportamiento de la víctima o destacan la figura social del agresor refuerzan estereotipos machistas. “Cada vez que se cuestiona a una mujer por denunciar, cada vez que se relativiza la gravedad de un acto violento, se está enviando un mensaje claro: que su palabra no importa, que su dolor puede ser puesto en duda, y que el agresor puede justificarse”, concluye la reflexión.

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